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martes, 18 de marzo de 2008

EL VIENTO

Mi partida de nacimiento y mis diecinueve años fueron arrastrados por el viento del otoño parisiense.
La noticia de su muerte me cortó los brazos y mi carpeta de documentos cayó al suelo... Corrí tras el papel de “sello sexto”, pero éste fue a cobijarse allá, arriba, entre las ramas secas del árbol más alto del jardín de Luxembourgo. Justo detrás de las rejas senatoriales.
Era el 8 de octubre.
El Comandante aún estaba vivo en la escuelita de la Higuera. Pero a nosotros nos habían dicho que el “guerrillero”, que ahora llamarían “terrorista”, había caído en combate.
Nos mintieron. Porque aún estaba vivo.
Se trataba tan solo de un otoño del combatiente. El arbol no estaba muerto. Se preparaba tan solo para pasar el invierno.
Mi partida de nacimiento continuaba colgada entre las ramas del árbol.
No supe qué hacer. No sabía cómo pedir ayuda a los guardianes en lengua gala.
Para ellos no se trataba sino de un papel más que el viento arrastra.
De igual modo que la noticia que venía de América, no era más que un comentario pasajero que acompañaba el café-croissant.
Tampoco podía pedir ayuda a la señora que nos perseguía para pagar el derecho de sentarse en una silla de metal, y que nos permitía robar un rayito de sol al cielo gris de la Ville Lumière.
Mi identidad quedó, desde ese día suspendida entre el frío y el viento. Balanceada entre el ser y el no ser, entre el teatro y la vida, entre los Andes y la Montagne Sainte Genévieve.

Nos habían dicho que el “aventurero” había muerto en la emboscada del Yuro y mis compañeros y yo montamos extractos del diario del Che en Bolivia. (“Yuro”)

Hoy el viento va robando los documentos al Poder de la Mentira. Algún que otro documento se escapa y viene a pegarse contra nuestro rostro.
Ahora sabemos que el 8 del 10 del 67 aún estaba vivo.

Cuarenta años después mis compañeros y yo volvemos a preguntarnos dónde está ( “El Mata Che”).

Aún esperamos que el viento despeje las nubes de la mentira y podamos constatar que don Ernesto vive, allá, arriba, firme sobre las cimas del Ñancahuasu.

A. Díaz-Florián

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